En torno a la celebración del 82 aniversario de la
proclamación de la 2ª República en España, el 14 de abril de 1931, y
coincidiendo con el peor momento en la reciente historia de la monarquía de los
borbones en nuestro país, se están celebrando actos y desarrollando debates en
torno a si es bueno, necesario y oportuno, abrir ahora el debate entre estas
dos formas de estado.
Vaya por delante mi total y absoluto convencimiento
de que, en un sistema democrático, todos los debates se pueden mantener
siempre, y además es bueno que así sea.
Ninguna ley, ni siquiera la Constitución, es eterna
e inmutable. Parafraseando el Nuevo Testamento, “el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el
sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado” (Mc 2
27), la Constitución y las leyes están hechas para el hombre, y no el hombre
para las leyes.
Esto es así, y de hecho nuestra Carta magna ya ha
sido modificada en dos ocasiones. Una para permitir a los ciudadanos de la
Unión Europea ser candidatos en las elecciones locales, y la otra –malhadada
sea su hora- para fijar constitucionalmente un techo del déficit estructural.
La primera de las reformas venía fijada por el
Tratado de Maastricht, y la segunda para “quedar bien” ante nuestro socios de
la Unión Europea, principalmente con Alemania.
Pues bien, ya puestos, ¡yo quiere parecerme a Alemania! Y por lo tanto, quiero ser una
república como ellos.
Y además, quiero que nuestro modelo sea lo más
parecido al alemán. Los presidentes de la República Alemana no son elegidos por
votación popular directa, ni tampoco por los parlamentarios del Bundestag
(equivalente a nuestro Congreso de los Diputados), sino por la Asamblea
Federal, compuesta por los diputados del Bundestag y el mismo número de
representantes enviados por los Parlamentos de los Estados federados, los
cuales no tienen por qué ser políticos,
sino que a menudo son enviadas también personalidades, por ejemplo, de la
cultura y el deporte. El objetivo es darle de esa forma a la Asamblea Popular
un perfil que refleje más a todo el pueblo.
La monarquía es una institución absolutamente
antidemocrática, pues se fundamenta en la herencia
de la Jefatura del Estado, en lugar de por la elección del cargo. La Declaración Universal de los Derechos
Humanos, en su Artículo 2. 1, establece que “Toda
persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración,
sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política
o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.”
El que en el año 1978 el reconocimiento de la
Monarquía Parlamentaria como forma de gobierno fuera un pacto para salir de la
dictadura, no hace que esto deba ser así eternamente. Cuando una institución
deja de ser útil, se cambia y punto.
Y en mi humilde opinión, la monarquía española, no
solo ha dejado de ser útil, sino que se ha convertido en un problema.
Así que abramos el debate y, si es preciso,
cambiemos la Constitución.
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